EXAS POR EL MUNDO
Anclado en Montevideo, la mente del “9” esta inquieta. Llega otro relato del nuevo columnista del MundoExa. El título invita a tomar un café y disfrutar… ¿Ustedes se acuerdan de sus sueños?
“EL SUEÑO FUE ABSOLUTAMENTE REAL” – POR @IAVO.GVM
Con las fronteras cerradas, imposible saber cómo habían podido viajar ni cómo habían hecho para que los policías los dejasen llegar. Supongo que ellos tenían privilegios. Tampoco sabía quién había sido él o “la” artífice de tremenda gestión, pero era absolutamente real.
Eran ellos, los auténticos Lennon y McCartney habían ido a cantarnos unas canciones para alegrarnos la cuarentena. Estaban ahí, sin motivo de festejo aparente, muy sentados en las sillas blancas de plástico alrededor de la mesa del jardín de la casa de mis padres. Mi casa, mi jardín. Entre unas diez personas incluyendo a los artistas pude reconocer a mis padres y a mis hermanos. Paul era Paul, el de hoy, tal cual, con su sonrisa fija y su alegría indisimulable. John era el John que hubiera sido hoy, como si la silueta mítica se hubiera personificado y con cuarenta años elegantemente agregados, mantenía todo su glamour y su rock. Sobre el mantel había como casi siempre algún budín casero de limón o banana.
De golpe y sin escenas intermedias empezaban a cantar “She Loves You” a capela haciendo chasquidos con los dedos. Cuando llegaba el momento de los coros se callaban y nos miraban para que nosotros los hagamos. Ahí vi como mi padre, moviendo la cabeza y los hombros con ese típico movimiento de rocanrol de los 70´, gritaba “Yeeeah yeeeeah yeeeah”, un poco a destiempo. En acto seguido John apoyaba una guitarra blanca sobre su falda que supongo había traído él mismo, ya que en casa nunca hubo una y menos blanca. Despacito empezaba a tocar el riff de “Come Together” y yo sentí que me volvía loco. Me senté en el piso bien cerquita y enfrentado a él, en contra de uno de mis principios de cuando voy a ver un show, esta vez había decidido filmar por las dudas de que eso no me volviera a suceder nunca más. La toma era desde abajo y se fugada hacia arriba, en el encuadre se veía en primer plano sus dedos deslizándose sobre las cuerdas y detrás el contorno de sus lentes redondos y su inconfundible rostro fuera de foco. Al fondo, a contraluz, cuando él se movía, se veían los rayos del sol.
El mate giraba y ellos lo tomaban naturalmente como si fuera el té de las cinco. Luego aparecían dos micrófonos y tocaban una en la que Paul le hacía los coros a John, no recuerdo cual era, ojalá haya sido “Oh Darling” o “Here Comes The Sun” o “Something”. No pude prestarle atención porque me había dado cuenta que mi filmación no se había grabado, quizás por la excitación no había apretado el botón entonces le pregunté a mi hermano si él había filmado algo y para mi tranquilidad dijo que sí, de lo contrario nadie me iba a creer. Aparecía otra guitarra y juntos, sin mirarse, empezaban a tocar “Hey Jude”. Miré a mi madre, que había podido contener las lágrimas solo hasta ese momento, y sonriente la estaba cantando en el inglés que le salía. Me fui a sentar al lado de ella y le pregunté al oído si creía que yo podría sacarme una foto con ellos porque había decidido que esa iba a ser una de las pocas selfies, sino la única, que me iba a sacar en mi vida. No sé, me dijo, pero apurate porque a la una tienen que estar en otro show. Ahí sospeché que ella era la que había hecho este sueño posible.
Recuerdo que durante todo el rato estuve esperando el momento preciso para, muy suelto de cuerpo, preguntarles porque no había podido venir mi beatle favorito. Si John estaba ahí, intacto, porque no podía estar George, tenía derecho cuanto menos a cuestionarlo. No recuerdo si hubo otra canción, pero sí que en un momento me encontré solo, de pie, con las manos arriba aplaudiendo pausado y bien fuerte como hago cuando un artista me emociona más de lo normal. Pude sentir el nudo en la panza de la emoción contenida y percibí mis ojos húmedos. No sabía por qué me pasaba esto a mí, pero sin duda estaba sucediendo. John interrumpió mi aplauso para preguntar cual queríamos para la despedida y todos me miraron. Parece que yo tenía la decisión. No dude: “Imagine”, le dije, mirándolo a los ojos intentando mostrarle la naturalidad de quien como si fuera cosa de todos los días le pide al autor de una de las mejores creaciones de la música, que la haga en vivo ahí mismo. Claro, me dijo. Y justo antes del primer acorde, me desperté. Me levanté de la cama cantándola e imaginando un mundo mejor cuando todo esto se termine y convencidísimo de que la música y el arte arregla todos los males y de que la imaginación todo lo puede, incluso hacernos sentir la emoción real de un imposible.
Eran las siete y diez, corrí las cortinas y entró el sol. Prendí la cafetera, puse el disco “Let It Be” y aún algo conmovido se me ocurrió escribir, por primera vez en mi vida, la crónica de un sueño. Buen día.