Exas por el Mundo – Nacho Mazza

Le tocamos un poquito el orgullo a una pluma registrada en “La 10”. Le dijimos ¿cómo puede ser que Iavo escriba desde allá y vos no?.
“¿De que querés que escriba?” respondió. “De lo que quieras, vos sabés”. 3 horas después nos llega esta perla digna de disfrutar con un cafécito de sábado.


¿Cómo es jugar al fútbol en Uruguay? – por Nacho Mazza

Trabajo hace más de dos años en un canal de TV de Montevideo. Cruzando la calle de mi laburo está El Galpón. Como su nombre lo indica, un tinglado con 10 canchas alfombradas.

Todos los miércoles un puñado de “botijas” nos aprontamos a despuntar el vicio. Nos sacamos los zapatos y nos calzamos los “championes”.

Pablo Bidegain, hincha de Peñarol, habitué de la Amsterdam en el Estadio, es uno de los más fieles a la cita de entre semana. Pablo es gordo. Debe andar “tranquilazo” por encima de los 100 kilos. Tiene 44 años. A veces está con el buzo puesto todo el partido. Casi ningún uruguayo juega con la camiseta de algún club o selección. Usan la primera que encuentran. No son elegantes para la vida, menos para estas ocasiones. Pablo juega atrás. No es talentoso pero es tan buena persona que lo querés en tu equipo siempre.

Cada una de las 10 canchas tiene un cartel electrónico con botones que te permiten ir cambiando el resultado y por encima del score hay un reloj con una cuenta regresiva desde los 60 minutos a cero. En cuanto llega a cero no hay descuento, el partido termina como termina. Si hay empate, es empate. Cada 5 minutos, todos los integrantes del partido gritan “Cambio de goleroooo!!” y rotan los arqueros. O sea, se la pasan mirando el reloj. Es así.

Juntar 10 es muy difícil. En Montevideo viven 1,2 millones de personas. Imaginen conseguir 8 jugadores más o menos buenos y dos que atajen todo el partido. Imposible. Un miércoles, Pablo se cayó con todo el peso de su cuerpo sobre su codo derecho y se fracturó. Su recuperación demandó más de tres meses. En ese periodo, “el fubol” (así le llaman ellos) fue muy discontinuado. Pocas veces llegamos a 10. El estado físico así no dura nada.

En un partido montevideano, la pierna se pone fuerte. No es mala intención, es así. Es muy difícil tirar paredes, simplemente no lo tienen incorporado. Patean y listo. Cuando se desmarcan y quedan frente al arco no tienen ningún problema en darle a quemarropa. No importa si el arquero contrario es el jefe, el amigo o el hermano. Juegan así. Es así.

Tanto es así que no me voy a olvidar más aquel miércoles en el que Pablo, el querido Pablito de más de 100 kilos y panza prominente, cortó un ataque del equipo rival y encabezó el contraataque. Ese día nos tocó ser compañeros. El tablero electrónico no mentía: perdíamos 17 a 5 y faltaban 29 segundos para terminar el partido. Con todo esto en contra, cansado y transpirado, el querido Pablo agarró la lanza y se fue para arriba. Rápidamente pasó la bocha y siguió corriendo hasta el área rival. La pelota llegó a mis pies. Estaba abierto por derecha y lo ví venir a Pablo como una tromba por el medio. Le tiré el pase al medio. Quedó solo. Cara a cara con el golero.

Cuando Pablo se perfiló para definir, apareció en escena Maxi. Maxi tiene 32. Hace crossfit. Le pega con un caño a la pelota y corrió todo el partido como si fuera el minuto 5. Maxi atravesó todo el campo de juego. Se arrojó al piso. Derrapó por la alfombra verde levantando esas pelotitas negras tan molestas, e impidió el gol de Pablo, su compañero de trabajo de años.

Nos íbamos a poner 17 a 6 y le iban a quedar al partido 20 segundos. Era un picado de compañeros de laburo, no la final de la Libertadores. Imaginé que después de semejante corrida a segundos del final, si Pablo metía el gol, se iba a ir contento a su casa. La acción de Maxi me pareció uno de los actos más injustos del siglo XXI. Empecé a los gritos. Acá en Montevideo se habla bajito y se gesticula poco. Yo, porteño, arranqué con todo: “Noooooo paraaaaaa… Como le vas a hacer eso papá!!!! Quedan 30 segundos, nos están cagando a goles, última jugada del partido y vos se la sacás al Gordo??? Pero estás loco??? Mirá la panza que tiene y no lo dejás hacer ese gol??? Dejame de joder!!!”

Me miraban como si fuera un extraterrestre. Pablo, a quien yo defendía exaltado, también me miraba como si fuera un alienígena. Para ellos el futbol (el fúbol) es eso. Un desahogo. Morder hasta el final. No importa el resultado. No importa contra quién. Son así. Es así.

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